El espectáculo tiene todo lo que se puede esperar –y todo el inesperable– de un show que tiene el objetivo último de ilusionar. Durante 90 minutos el público no puede hacer otra cosa que mirarlo con la boca abierta y sin parpadear. Los juegos de manos son de una precisión clínica, la magia de cerca tiene una poética que pone la piel de gallina de pies a cabeza, y en los grandes números de ilusionismo –atentos a la levitación y al regreso a la infancia– cortan la respiración. Satisface tanto al público más deliberadamente entregado como al más escéptico, que tendrá complicaciones serias para encontrarle el cartón al asunto. Sobre el escenario Antonio es una persona carismática e inteligente que hace partícipe al público, al de la platea y a los voluntario que escoge para los números, que controla la escena , y que sabe cómo vestir un espectáculo para convertirlo en una experiencia mayúsculas. En la gran ilusión todo juega a favor de hacer crecer lo que pasa en escena. La luz potencia y atenúa el ambiente, la música- siempre pop actual, la obsesión del mago - marca un ritmo en el que se combinan la euforia y la intimidad. Le acompañan tres partennaires-pop jóvenes y guapas, que hacen funcionar la maquinaria con la precisión de un reloj suizo.
"Ha llegado el momento de que la magia vuelva a los escenarios , que abandone la etiqueta de pasatiempos de bar y se convierta en lo que siempre ha sido ; un arte escénico. Además , tiene un elemento que la hace única; el asombro " . Con esta reivindicación el Mago Pop se despide de un público que se ha metido en el bolsillo con mérito. Pero La gran ilusión no se podría considerar el gran espectáculo que es si no contara con un último número sensacional que hace que el espectador se abandone a la magia y olvide que detrás de todo esto hay un truco. Este es el gran logro.