'La gavina', Teatre Lliure 2024
Foto: Marta Mas 'La gavina', Teatre Lliure 2024

Reseña

La gavina

3 de 5 estrellas
Un extraordinario grupo de actores y actrices llevan a escena una versión del clásico de Chéjov dirigida por Julio Manrique que no acaba de aterrizar
  • Teatro
  • Crítica de Time Out
Andreu Gomila
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Time Out dice

El primer acto de 'La gavina' es uno de los inicios más impactantes de la historia del teatro. Lo ponen en marcha dos personajes secundarios, uno de los cuales, Maixa (Clara de Ramon), ya nos da el tono de la obra: el mundo es un lugar donde es imposible ser feliz. Acto seguido, entrará en escena el protagonista, Kóstia (Nil Cardoner), y su tío Àlex (Sorin, en el original, David Selvas). El joven Konstantin Treplev está nervioso porque su actriz, Nina (Daniela Brown), no llega. Está locamente enamorado y están a punto de representar ante la familia una obra que ha escrito él y que huye de las convenciones de la época.

Echa pestes del teatro del momento, Kostia. Él, joven, valiente, rabioso como un 'angry young man', quiere cambiarlo todo, como un Hamlet que ha visto el fantasma de su padre y decide pasar a la acción. Dice, por ejemplo, que debe representarse la vida no cómo es, ni cómo debería ser, sino cómo “aparece en nuestros sueños”. Toda una declaración de intenciones proveniente de un montaje capitaneado por un hombre, Julio Manrique, que se estrena con 'La gavina' como director del Teatre Lliure.

Manrique es sumamente inteligente a la hora de adaptar las primeras escenas de la pieza de Chéjov. Un escenario vacío donde intuimos un lago, y unos personajes que se definen en cuanto los vemos. Están todos. Vemos la ira irracional de Kostia, el divismo malsufrido de su madre actriz (Irina, Cristina Genebat), el doble fondo de su pareja (Boris, David Verdaguer) o la candidez de Nina.

Llevar a escena este descalabro vital no es sencillo

A partir de ahí, el director debe provocar que el conflicto crezca sin que se vea demasiado de entrada. Porque estamos ante algo evidente, como la lucha generacional, entre Kóstia y Boris, entre el escritor que comienza y el que ya está consagrado. Y otra que, aunque lo ha dicho Maixa en el primer minuto de función, no lo es tanto: la imposibilidad de cumplir con las expectativas en la vida. Aquí nadie se salvará.

Todos los personajes, poco o mucho, fracasan de forma estrepitosa. Y llevar a escena ese descalabro vital no es sencillo. Menos aún si conocemos la obra, si hemos visto alguna de la media docena de versiones que han pasado por el país en la última década y media, si sabemos cómo acaba. En ese punto es donde el director toma una decisión: explicita el final, lo exhibe. Ni Eurípides nos muestra cómo Medea mata a sus hijos, ni Shakespeare como Ofelia se suicida, ni Ibsen como Hedda Gabler se dispara. Chéjov tampoco lo hace. ¿Hacía falta?

La versión que han escrito en seis manos Manrique, Genebat y Marc Artigau es bastante respetuosa con el original. Simplemente, han convertido un texto de 1895 en una función de 2024. Han alargado alguna escena por ahí, han hecho crecer a algún personaje por allá. Poco más. Y el resultado, hasta la última escena, es bueno, con una Genebat que nos llega a caer muy mal, una Brown de traca que completa un viaje emocional intenso y un Verdaguer que no podemos ni compadecer. ¿Podíamos pedir más? Quizás sí.

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Detalles

Dirección
Precio
12-32 €
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