La diversión desconocida es un espectáculo en cuatro partes, segmentado en antesala (15 %), prólogo (15 %), núcleo (65 %) y despedida (5 %). La antesala es una versión freaky de las experiencias personalizadas de El teatro de los sentidos. El prólogo permite pensar (esperanzado) que el espectador ha comprado una entrada para el show del Club Silencio de David Lynch. Quizá alguien ha tenido la atrevida idea de importar The Double R Club de Londres y montarlo en el Raval. En el escenario actúa una hermana de Traumata, de nombre Desirée.
El núcleo sirve para despertar violentamente de la atrayente pesadilla. Lástima. Aquí había tema. Lo que sigue son números variedades monopolizados por trucos de magia, levemente dramatizados como una competición de maestros de lo paranormal. Varietés con nostalgia de La Cubana, aunque sólo Miquel Crespi (ex-cubano, cascarrabias, presentador y promotor) sabe cómo recordar esa difícil escuela. Los demás son aplicados aprendices con pocas tablas y menos capacidad de articular esa última vuelta de tuerca que transforma lo cutre en experiencia camp.
Y la despedida. En una simpática postal –el elemento estético más trabajado de la producción– con una clara oferta en el dorso de disponibilidad para festejos y celebraciones varias se resume el auténtico objetivo de este proyecto: el publirreportaje. Si les ha gustado, llámenos. No sé si triunfarán con esta estrategia comercial. De espectáculo, ni hablamos.