Juan Diego Botto no nos engaña cuando nos dice que hablar de uno mismo sobre un escenario desgasta, aunque, añade, "exige mucho y te da mucho placer". Él ha escrito las cinco escenas que forman 'Un trozo invisible de este mundo', cinco relatos sobre la inmigración y el exilio, cada una de las cuales contiene algo de su biografía. De hecho, todo empieza con una llamada de su tío desde Buenos Aires que le anuncia el inicio de un megajuicio contra los responsables de la Escuela de Mecánica de la Armada, el principal centro de detención argentino durante la última dictadura (1976-83) y lugar donde desapareció su padre. "Llevábamos toda la vida fantaseando sobre esto", confiesa.
El otro acontecimiento que lo movió hacia la escritura lo vivió como espectador, cuando un amigo le pidió que le acompañara al cementerio Madrid Sur para asistir al entierro de Samba Martine, una mujer congoleña que murió en un centro de internamiento para inmigrantes. "Pidió 30 veces que la vieran los médicos y sólo le dieron pomadas: ¡tenía sida y un hongo que le perforaba el cerebro!", se exclama. "Vi a su madre, abrazada a tu ataúd", añade. Una imagen definitiva.
Las dos historias forman parte de una obra cuyo tema, hoy en día, parece que esté de moda. ¿Quién habla en el mundo del arte, del exilio y de la inmigración? A Botto lo que le inquieta es que haya mucha gente que no sepa que hay cárceles para inmigrantes -"que no han cometido ningún delito", nos recuerda- o que haya más gente todavía que quiere olvidar el pasado dictatorial -mucha más en España que en Argentina, por cierto -. Él sabe que ha manipulado las historias, que ha cambiado cosas, que las ha retocado, aunque 'Un trozo...', dice, "no deja de ser una obra autobiográfica". La mano del director, Sergio Peris-Mencheta, le ha ayudado a añadirle un poco de sentido del humor.
"Todo teatro es político, todo arte es político, por el simple hecho que comporta una mirada sobre el mundo en el que vivimos", remata Botto. Y él no ha querido, en absoluto, obviar el punto de vista del otro bando. "Tenía que incluir a quienes dicen que los inmigrantes sobran y que tendríamos que echarlos a todos", admite. La obra empieza con un chico de esta clase, "un tipo lógico, con encanto y culto", que es capaz de citar a Lorca, inspirado en "un político madrileño que ahora tiene misiones superiores". Es un monólogo tramposo que nos descoloca, el final del cual parece exagerado, a pesar de que Botto nos dice que la realidad supera a la ficción.
No penséis que el actor es un recién llegado al mundo del teatro, ni siquiera a la escritura teatral. Esta es su cuarta obra y se crió dentro de un teatro -su madre tenía una escuela-. "Soy conocido por el cine, pero el teatro es mi casa. Me ha dado los momentos de más plenitud de mi carrera", dice. Y quiere estar tan al día que acaba de hacerse cargo de la programación de la Sala Mirador de Madrid. Fuera, hará una gran pintada, inspirada en Mayo del 68: "Cuando el Parlamento es un teatro, el teatro debe ser el Parlamento". Está todo dicho.