Ya no existen lugares sin dueño. El espacio tiene ahora siempre amo, público o privado. En un pasado tan lejano que parece mítico –aquel en el que cree Johnny Byron “El Gallo”, protagonista de 'Jerusalem' de Jez Butterworth– los bosques eran refugios sin leyes. Hogar de ladrones, gigantes, desclasados, hadas, fugitivos, elfos y locos. En un claro de un bosque asediado por la presión urbanística ha instalado su caravana un 'outsider' con sangre gitana y apellido de poeta romántico. Entre drogas, alcohol, música electrónica y basura convoca una corte de perdedores, jóvenes que bajo su sombra protectora se entregan a un hedonismo desesperado.
En el Romea la versión de 'Jerusalem' dirigida por Julio Manrique ha perdido quizá la majestuosidad de ese bosque que regalaba el Teatre Grec y que se erige en la gran metáfora de la obra. Pero sigue ocupando el discurso central de un gran texto que es un canto elegiaco de una Inglaterra desaparecida que resuena en las palabras de William Blake y en la música de Hubert Parry. Quizá sea este el motivo que 'Jerusalem' lejos de su tierra pierde cierto sentido. Pero se mantienen unos personajes poderosos, alucinados, clarividentes. Tenemos un 'fool' shakespeariano absorbido por Marc Rodríguez, un menestral sacado de 'Sueño de una noche de verano' muy bien defendido por Albert Ribalta, una aparición gótica de un hipnótico Víctor Pi y un gigante arrollador interpretado por un superlativo Pere Arquillué. Un actor que parece instalado en la excelencia cuando caen en sus manos personajes más grandes que la vida, como este Falstaff contemporáneo.
Autor: Jez Butterworth. Traducción: Cristina Genebat. Dirección: Julio Manrique. Interpretación: Pere Arquillué, Elena Tarrats, Chantal Aimée, David Olivares, Marc Rodríguez, Víctor Pi, Guillem Balart, Adrián Grösser, Anna Castells, Clara de Ramon, Albert Ribalta, Jan Gavilan y Max Sampietro.