"¿Eres feliz?", le pregunta Ariadna Gil a Irene Escolar a media función. Están sentadas en el suelo, reconciliándose. Quien pregunta es la esposa del profesor, que, con ella, con Elena, que es como se llama el personaje creado por Chéjov, ha venido a la casa familiar a retirarse después de años en la ciudad como catedrático. Quien responde es la hija del profesor, Sonia, que lleva años trabajando duro con el tío Vania para que las tierras sean rentables y la pareja pueda vivir con comodidad. La chica queda en silencio y, al final, dice que sí, que es feliz. Pero todos sabemos que justo en ese momento comienza su desdicha, ya que está enamorada de Gonzalo Cunill (el doctor Astrov) y todos sabemos, menos ella, que él no la quiere.
Sonia, en la magistral puesta en escena de 'Tío Vania' de Àlex Rigola, es el centro gravitacional de nuestras miradas. Es el único personaje que evoluciona dentro de la obra, que pasa de la alegría juvenil al desencanto adulto. El resto empiezan y terminan donde estaban. Pero no es que no hagan nada, o que no pase nada, sino que se cobran una víctima, Sonia, el personaje más joven, quien tal vez podría tener una brizna de esperanza. La vida también se la lleva por delante.
Rigola constriñe las emociones de sus criaturas. Quietas, casi inmóviles, hablan y se miran, nos miran y nos hablan. Los personajes dejan de serlo para ser personas, actores que están en un escenario, una caja de madera, y que se llaman por su nombre. No interpretan, sino que son. No hacen, sino que están. Expresan la desolación desde un yo muy íntimo. Sólo Luis Bermejo (Vania) necesita comerse una flor para demostrarla. Ariadna Gil sólo debe sonreír. Gonzalo Cunill sólo debe respirar. Tan sencillo y tan difícil, a la vez. No sé si es la mejor obra que he visto en mi vida. La he visto tres veces y aún me maravilla.
Autoría: Anton P. Chéjov. Dirección y adaptación: Àlex Rigola. Adjunta a la dramatúrgia: Lola Blasco. Interpretación: Luis Bermejo, Gonzalo Cunill, Irene Escolar, Ariadna Gil.