Hasta 'Là' creía que a los Baró d'Evel les había visto hacer de todo, pero cuando Camille Decourtye entonó, con segura voz de mezzosoprano, un aria italiana mientras su 'partenaire' Blaï Mateu jugaba con su cuerpo , en un 'pas à deux', caí de la silla. Ya sabíamos que Blaï nos haría reír, que ambos tienen una excelente relación con las artes plásticas, que el movimiento sería bueno gracias a la colaboración de los Mal Pelo, que quedaríamos maravillados con el vuelo de Gus, el cuervo blanco y negro que conocimos en 'Bestias'. Pero ese momento y la escena chaplinesca, con ambos arriba del lienzo frontal, que si ahora bajo, que si ahora caigo, vale para demostrar que la pareja catalanofrancesa no tiene límites cuando se dispone a mostrar un espectáculo.
Y esto, señoras y señores, que 'Là' es sólo el prólogo de 'La falaise', que podremos ver en 2019. Menos mal que se trata sólo de un 'work in progress', de tentativas de cara al espectáculo más grande. Suerte que en algún momento el ritmo decae un poco, que si no, ya sería todo demasiado perfecto. La inteligencia emocional, escénica, de Decourtye y Mateu, sus recursos, convierten sus piezas en un tratado de cómo hacer despegar el espectador por encima de todo, de su día, del lugar donde estamos, de cualquier obsesión. Te quedarías sentado en la butaca del teatro y les pedirías, por favor, que no paren, que sigan, que no averigüen nunca si el vaso está vacío o lleno, si están dentro o fuera. La incertidumbre, a veces, nos hace felices.