Idea y dirección: Alejandro Curiel. Creación e interpretación: Guillem Barbosa y Alejandro Curiel. Piano y voz: Laura Maure y Matilde Campano Pando.
Un comedor ordinario con un habitante ordinario. Un invitado que parece prometer una fiesta que palíe la soledad del anfitrión hasta que los dos huyen con confraternización para recrear la historia de un paleontólogo asesinado en algún sitio de Italia y para hablarnos de él, Alejandro, con 30 años y soltero desde hace 30 años: al final, dicen, lo que cuenta es dejar de estar solo. La entrada de dos invitadas más convierte la sala en un desenfocado decorado de 'Friends' (aunque Alejandro siempre ha sido más del 'Un, dos, tres'…) situado en una España en la cual la cultura popular es fuente ideológica y validadora constante de la “pareja-pareja” pero que, bajo la influencia de Las Amistades Peligrosas, lucha por encontrar un equilibrio entre el compromiso y la diversión. En una sociedad que no sabe si un soltero empedernido es un casposo soltero o un single liberado, este grupo de amigos, o de conocidos, o de gente que se ha reunido alrededor de un sofá para hablarnos y cantarnos acompañados de un teclado, se permite leer un perfil de GayRomeo sobre una copla de Rocío Jurado y practicar el kama sutra por la mitad (es decir, con la mitad que queda inscrita bajo la piel de un solo individuo) y sueña con reinventar los añorados paseos dominicales con la nova bajo el signo de una inquietud política (o de la inquietud por la desinquietud sobre la política) restaurada por los efectos de la cocaína. Él, decíamos, está soltero, y está solo: es posible que la soledad esté infravalorada como factor de riesgo para ahogarse en la pecera del salón de casa, pero también lo está como epidemia que, imparable, nos hace olvidar que el ser humanos es un ser gregario y que nuestra civilización nació, quizá, en alguna cosa no tan diferente a la terraza de un bar.