Sergi Belbel respeta la ambigüedad aportando una dosis extra de ligereza de teatro de bulevar. Pinter nunca renegó de la comedia tradicional británica como posible influencia en su teatro, pero la mantenía bien sujeta en el fondo de sus piezas, bien vigilada por la mirada escrutadora de Beckett. Belbel la hace aflorar a la superficie hasta que la deriva del juego a tres se hace tan oscura que no tiene más remedio que volverla a ahogar. La sensación es extraña: como de un cierto arrepentimiento.
El reparto (Míriam Alamany, Sílvia Bel y Carles Martínez) ocupa un escenario exageradamente largo –como una Felsenreitschule de Salzburgo en miniatura–, antinaturalista, que aísla a los personajes y anima al público a tomar partido entre ellos con su atención. Interpretaciones correctas, con la Bel más ajustada en esa ambigüedad del ser o no ser. Sonrisa enigmática de un inoportuno fantasma del pasado o de gato de Chesire. A Martínez subraya demasiado el tono de macho amenazado y Alamany tarda en entrar en el enigma de su fémina.