Autor: Àngel Guimerà. Dirección: Pau Miró. Con: Lluís Homar.
No es nada habitual que un actor, o actriz, participe a lo largo de su vida en cuatro producciones de la misma obra. Y por eso se entiende la relación tan especial que Lluís Homar tiene con el 'Terra baixa' de Àngel Guimerà, de la que acaba de estrenar en el Teatre Borràs una versión de 'one man show' en la que luce sus indudables aptitudes para el teatro. El mismo Homar recordó el día del estreno, después de fuertes aplausos, esta relación que empezó cuando era un adolescente con 16 años en el teatro de aficionados en Horta y siguió con las propuestas que Josep Montanyès y Fabià Puigserver dirigió en 1975 y 1990.
Homar, convencido del interés de esta historia de amor con elementos simbólicos de la sociedad rural de la época, ha decidido explicarla ahora como si fuera un trovador que llega a la plaza del pueblo. Un trovador cobijado bajo una buena versión, de Pau Miró y Lluís Homar, que ha dirigido el primero con mucha sutileza en una función que centra el relato en cuatro personajes. Nuri, probablemente enamorada de Manelic, es quien introduce la obra a lo largo de poco más de una hora, el actor se reencarna con la desgraciada Marta, el brutal Sebastià y el ingenio pero también pasional Manelic.
Es una puesta en escena íntima, sin grandes expresiones emocionales. Un drama explicado a la oreja que trabaja en un espacio escénico (Lluc Castells) que contrasta la frialdad y vulgaridad de la tierra baja y el calor y profundidad de la tierra alta y con un eficaz espacio sonoro del que sale la voz de Sílvia Pérez Cruz en una canción escrita para la obra. El narrador, que utiliza un vestido de novia o una zamarra de oveja para vestir cada personaje, se mueve entre los monólogos y los diálogos con un personaje ausente que hacen caminar la trama.
Homar entra como Homar en el escenario. Lo hace con una pose cómplice, afable, una impostura que le va muy bien a Manelic y a Nuri y que solo altera en momentos puntuales para acreditar la maldad de Sebastià. Es un magnífico juego de pequeña gestualidad y de expresiones faciales, de miradas, de silencios, muy bien servidas por Homar. Y no obstante, todo nos deja hambrientos. Queremos decir que esta mirada sobre el drama de Guimerà no aporta nada a la lectura del clásico, más allá de un ejercicio de alta interpretación en una puesta en escena que renuncia a los rayos y centellas de los sentimientos y a la carnalidad que hay en la obra.