Els miserables

No es fácil romper la cuarta pared en un teatro y hacer, por ejemplo, que los espectadores estén tentados de abandonar el sillón para salir a manifestarse en el Paral·lel. Y esta versión de 'Los miserables' con la que Miquel Mas Fiol cierra la 'Trilogia de la Condició Millennial', consigue muchas de estas cosas tan complejas que a menudo pasan por hacer entrar en la calle en el escenario. Sin embargo, ésta no es su única virtud.

De entrada, toma 'Los miserables' de Victor Hugo de forma casi literal, aunque con los medios de una sala de proximidad de Barcelona. Es decir, con un único intérprete dispuesto a hacer todos los papeles del musical y es un gozo ver a Gerard Franch pasando de Jean Valjean a Cosette, entre muchos otros, mientras nada le funciona. Al poco empiezan las sorpresas y cada vez que parece que el espectáculo está a punto de despeñarse, un giro, una frase, un gesto, hacen que vuelva a despegar.

"Este 'Els miserables', en el fondo, es un retrato crudo de la generación de Mas Fiol"

A Franch, le acompañan Mel Salvatierra y Lluís Oliver. Ella ya hizo la segunda parte de la trilogía, 'Les penes del jove Werther', y él la primera, 'Càndid o l'optimisme'. En todos ellos, como en 'Els miserables', Mas Fiol es el gran personaje ausente, es la caricatura del director despótico de quien los personajes/intérpretes hablan mal a sus espaldas y delante del público. Un divertido y encarnizado ejercicio de autoficción que en la última producción alcanza un nivel muy interesante cuando describe con pelos y señales cuál es el paisaje real del teatro en Barcelona.

Este 'Els miserables', en el fondo, es un retrato crudo de la generación de Mas Fiol y de sus intérpretes, con grandes palabras en la boca e incapaz de pasar a la acción. Va muy bien como anverso del 'Ragazzo' de Lali Álvarez, como si el sistema hubiera pasado por encima de todo un grupo de edad como una apisonadora y solo hubiese dejado migajas. Lo mejor, como dice Oliver, ¿es no creer en nada?

Ellos, sin embargo, tienen fe en el teatro. Si no, no se habrían enfrentado a Voltaire, Goethe y Hugo con una mirada tan fresca, con ganas de expresar su opinión ante las grandes frases y las grandes tragedias. Iniciativa atrevida que ha terminado muy bien.