A partir de 'Lágrimas de sal' de Lidia Tilotta y Pietro Bartolo. Adaptación: Anna Maria Ricart. Dirección: Miquel Górriz. Con: Xicu Masó.
Podría hablar del 'acting' extraordinario y casi nulo de Xicu Masó, de la eficacia de la escasa puesta en escena de Miquel Górriz, que en teatro a menudo menos es más, de la milimétrica dramaturgia de Anna Maria Ricart, de la desnudez de todo, pero aquí, respecto a 'El metge de Lampedusa', no sería nada más que retórica, ya que sería imposible dar cabida a la emoción, a como Masó hace de sí mismo para ser otro (el médico Pietro Bartolo), para convertirse en un simple mensajero que nos cuenta la vida sencilla de un hombre (no un héroe) que hace su trabajo en primera línea y que intenta rescatar del olvido a todas las personas que han pasado por sus manos desde que Lampedusa es el destino final de hombres y mujeres que huyen de la miseria, la guerra y la destrucción.
He pensado en Wilfred Owen, poeta inglés que murió durante la Primera Guerra Mundial, en Primo Levi, que escribió sobre el horror nazi desde el campo de concentración, en Nadejda Mandelstam, que describió el terror de Stalin, y en tantos otros. Porque el testimonio de Bartolo es el de un hombre que vive una guerra y nos cuenta como es. Masó se pasea por su vida mientras, a pequeñas dosis, nos introduce las historias de Sara, Jerusalén, hombres, mujeres y niños a los que ha curado, ha salvado, ha visto morir. No hace aspavientos, ni acentúa el drama. No le hace falta. Lo que cuenta es tan bestia que no podemos hacer otra cosa que salir del teatro y decirle a la gente que no se pierdan 'El metge de Lampedusa' porque esta obra debe verla todo el mundo.