Era muy fácil estrellarse contra 'El día del Watusi', contra una novela que es un sueño, un programa y una decepción, que está levantada en torno a una gran mentira y que provoca escalofríos tanto de estremecimiento como de gozo en el lector. El intento de Iván Morales de hacérsela suya y montarla ya habría merecido algunos elogios. Pero lo que ha conseguido con este equipo de intérpretes capitaneados por Enric Auquer no es de este mundo, una función catártica, que respeta la fuente sin dejarse vencer, para doblarla al lenguaje teatral utilizando todo lo que teatro permite: vivencia.
Morales ha construido una pieza inmersiva que rompe a mazazos la cuarta pared. Son algo más de cuatro horas, sí, pero sales del teatro preguntando cuándo la vuelven a poner. Y, quienes no conocen la novela, la mayoría de espectadores, con unas ganas terribles de paladearla. El mérito de todo esto radica en el punto de vista y una orquesta muy bien afinada.
El protagonista brilla, se juega la piel, sabe que debe saltar al vacío, pero tiene un buen grupo de brazos que le atrapan
Auquer, el protagonista, Fernando Atieza, tenía que estar especialmente fino. El resto, sin embargo, no podían desafinar. Ni Raquel Ferri cuando hace de Elsa, ni Xavi Sáez cuando se mete en la piel del Ballesta, ni David Climent cuando quiere ser Celso, ni Bruna Cusí cuando se hace llamar Tina, ni Vicenta Ndongo cuando es la madre de Fernando, ni Guillem Balart cuando hace de Pepito El Yeyé... Salvo Auquer, todos van de aquí para allá, ahora son este, ahora el otro. Todos disponen de momentos memorables y todos deben llevar la función. El protagonista brilla, se juega la piel, sabe que debe saltar al vacío, pero tiene un buen grupo de brazos que le atrapan antes de tocar tierra.
Tiene siete intérpretes extraordinarios y una gran historia que contar
La gran virtud de este montaje reside en la extrema teatralidad de la propuesta. Morales no necesita apenas nada para dirigirla. Varias sillas, instrumentos, micros y un mueble desmontable. Ni vídeo ni nada. Tiene siete intérpretes extraordinarios y una gran historia que contar. El gran desafío era manejar el tempo de la función. Y, como Shakespeare en 'Hamlet', lo lleva a cabo a través de los diversos monólogos que recorren la pieza, de gran altura. Y el punto de misterio que envuelve la figura del Watusi. Es lo mismo que hace Francisco Casavella en la novela.
Y no, no es el retrato de la Barcelona quinqui. 'El día del Watusi' nos muestra de dónde venimos, quiénes fuimos y quiénes somos. O cómo se pervirtió y utilizó aquella ciudad obrera. Ahora ya no puedo dejar de ver la W del Watusi en la gaviota del PP. Ni pensar en Jacint Verdaguer cuando se me aparece Casavella. Y es que los versos que cantaban los Surfing Sirles en 'Watusi 65' son el lamento de Atienza, de la vida: “Oh mon Déu, oh mon Déu, dau-me unes ales, / o preneu-me les ganes de volar”.
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