Dirección: Marc Vilavella. Dirección musical: Gustavo Llull. Coreografía: Ariadna Peya. Adaptación catalana: David Pintó.
Con 'El despertar de la primavera' (el controvertido drama de Wedekind transformado en multipremiado musical rock por Sater & Sheik), una joven compañía se empeña en demostrar que con pasión y profesionalidad se puede superar cualquier reto, también levantar un proyecto con quince intérpretes, y siete músicos.
Un musical que además requiere aptitudes actorales, solvencia en el canto y soltura en el baile. El equipo dirigido por Marc Vilavella no se ha arredrado ante la ristra de dificultades y ofrece un espectáculo de una contagiosa energía. Ímpetu y rabia juvenil, como es de esperar en una historia de ruptura generacional, de ocaso de un mundo y el nacimiento de otro, el fin del siglo XIX, y sus coacciones a la libertad, y la llegada de las revoluciones del XX. Padres espirituales de los futuros Rebeldes sin causa.
El montaje no es perfecto, pero en conjunto es una propuesta con más virtudes que errores, sobre todo cuando se crea una adrenalínica comunión colectiva en números como 'The bitch of living' –casi punk californiano de la discoteca de Green Day– o 'Totally Fucked', con coreografías que escapan del repertorio más trillado.
Destacar el grupo es lo habitual cuando flaquean las individualidades. No es el caso. La cosa es tan seria que cuando Elisabet Molet, Marc Flynn, Eloi Gómez o Laura Daza –intensa en 'The song of purple summer'– reclaman su protagonismo se merecen el mismo aplauso que este elenco entregado a una causa romántica.