Adaptación y dirección: Pau Miró. Con: Lluís Homar, Joan Anguera, Àlex Batllori, Albert Prat y Aina Sánchez.
Con su adaptación del 'Cyrano de Bergerac' el equipo de 'Terra baixa' (Pau Miró, Lluís Homar, Xavier Albertí, Lluc Castells y Sílvia Pérez Cruz) busca la continuidad de un proyecto artístico que ambiciona mucho más que someter a los clásicos a un tratamiento rejuvenecedor de chapa y pintura. Con Guimerà ese propósito se plasmó en la drástica reducción del texto a memorable soliloquio de Homar. Con Rostand la poda ha sido más ortodoxa aunque igual de radical: el escenario es de sólo cinco intérpretes con su propia voz. A veces con frases de algún secundario ineludible. En el camino han quedado otros treinta.
Están todas las escenas claves y aún así impera la sensación de versión fragmentada, encapsulada, sin la unidad dramatúrgica de 'Terra baixa'. Parece que todo el esfuerzo del director y dramaturgista esté dirigido a crear el entorno perfecto para montar un ensayo sobre la brillantez dialéctica y retórica de un personaje superlativo que convierte el romántico alejandrino en peligrosa espada ropera. Un maestro de la esgrima verbal que sólo se salva de la depravación del 'Don Juan' de Molière -la que separa al libertario del libertino- por su singular bonhomía y pundonor. Incluso las soluciones de vestuario (variaciones sobre el uniforme del esgrimista deportivo) y escenografía (recinto de entrenamiento y competición) están encaminadas a desdibujar las personalidades de los personajes centrales, y no todos los intérpretes tienen la fuerza propia para contrarrestar esa dura línea de dirección. Aina Sánchez (Roxane) sí, Albert Prat también (Guiche), Joan Anguera quizás y Àlex Batllori (Christian) quizás no.
La directriz es resaltar la belleza de la palabra desnuda sobre la emoción, aunque al final esta última se imponga por la fuerza de un imponente Cyrano -Homar es mucho Homar- que se presenta como frágil mártir de un amor mudo.