Obras renacentistas y barrocas con criados y criadas espléndidos hay un montón. De Shakespeare a Molière, de Lope de Vega a Goldoni. Y la cuestión es siempre cómo trasladar a nuestro tiempo una pieza que, en muchos sentidos, ha caducado. Teatralmente, todo es posible. Y Oriol Broggi lo demuestra en 'Coralina, la serventa amorosa', donde, en el espacio casi desnudo de la Biblioteca de Catalunya, urde una función en la que trata cada pieza, cada intérprete, de manera individual para acabar levantando un todo memorable.
Pasaremos más de dos horas clavados en la silla riendo y sonriendo, sin perder de vista a la Coralina de Mireia Aixalà, pero tampoco a la malvada Beatrice de Rosa Gámiz, el Arlecchino de Juan Arqué y el Florindo de Sergi Torrecilla. Cuatro personajes muy diferentes y cuatro formas diversas de abordarlos: ternura, dolencia, clown y candidez.
La obra del veneciano Goldoni es la típica comedia de enredos, en la que una criada, Coralina, intenta el triple salto mortal de salvar a su amo (Florindo) y al mismo tiempo poner en evidencia a su madrastra (Beatrice), mientras debe luchar contra las pulsiones amorosas propias. Nada le será fácil. Encuentros a escondidas por ahí, correderas allá, oportunidades cogidas al vuelo... El frenesí de la comedia es total. Y, para que funcione, todos los intérpretes se involucran en un mecanismo de relojería perfecto, donde nada sobra, nada falta.
Aixalà es, sin embargo, quien tiene un mayor peso específico en una pieza que lleva su nombre. La actriz, hasta ahora, fue una secundaria de lujo. Ha formado parte de grandes obras que han marcado la historia teatral de ese país. Pero nunca había tenido la oportunidad de lucirse en un papel protagonista que parece escrito para ella.