Una mañana del lunes, el detective Julio Romero toma la misión de resolver el asesinato de un fotógrafo, el controvertido y genial Franz Ziegetribe. Hasta aquí, nada extraño. La cuestión es que es la propia víctima quien hace el encargo. Sabe que le matarán y le pide al detective que lo resuelva antes del jueves, día en el que debe inaugurar una exposición. Tiene tres días y muchas ganas. A Julio Romero le encanta su trabajo.
Pablo Rosal da vida él solito a este monólogo trepidante, escrito por sí mismo. Ferran Dordal le dirige. Y como tercera pata tenemos a la fotógrafa Noemí Elias, cuyo trabajo ofrece una amplitud descomunal a una propuesta donde tenemos un actor que apenas se mueve de la marca. El texto es tan bueno, Rosal lo hace tan bien, que no hace falta más. Nos mantenemos pegados a la silla por el simple gusto de escuchar una gran historia, desde el momento en que vemos un cuerpo extendido en el suelo de un cuarto de hotel cutre.
'Asesinato de un fotógrafo' es y no es una parodia del género negro. Julio Romero se parece mucho a Pepe Carvalho. Y el resto de personajes son como clichés: el periodista 'old school' que bebe Gin Xoriguer, la pareja de galeristas estrafalarios, el recepcionista que no es tan inocente como parece, el ex del fotógrafo que de día se dedica a la política y que regenta un club por la noche... Todos serán sospechosos. Y todos tienen algún motivo por haber liquidado a Ziegetribe.
Con su aire bondadoso, sin prisa, el detective Romero irá sacando el entramado de todo. Mientras, hará un retrato de la ciudad y de la especie humana. ¿Paródicamente? En la forma, sí. En el fondo, nada. Rosal deshace y rehace un relato, lo cose y descose, lo ata y lo suelta. Esto no es fácil. 'Asesinato de un fotógrafo' es una de esas obras que querrías ver dos veces.
