En 'Ànsia' ('Crave') se encuentra ya el torrente de dolor que sobrecoge en '4:48 Psicosis'. Ambos textos de Sarah Kane -penúltimo y último antes de acabar con su existencia- están unidos por una brutal ausencia de referencias que ayuden al responsable de la dirección de escena y al público a adentrarse en un texto que está más próximo a un oscuro poema de verso libre que a una pieza dramática convencional. Nada, excepto ese cadáver exquisito que la autora reparte entre cuatro voces anónimas. En este montaje de La Salamandra completado por la quinta de un violinista. Voces que llevan a la disolución de la cordura. Para el espectador, un cuerpo emocional que se presenta en una mesa forense para reseguir un mapa de heridas, hematomas y abrasiones. Una cartografía de la oscuridad del alma.
También la directora Loredana Volpe coloca a sus cuatro intérpretes sobre un mapa: un diagrama gnóstico. Un árbol de la vida de la cábala sobre el que transitan mientras dejan caer -como gotas de sangre de Gorgona- palabras dolientes sobre todo tipo de violencia, física y psíquica. Un esquema de coreografía no del todo bien dibujado, ni entendido y compartido por la sala, que se refleja también en una estructura rítmica del falso recitado que con el paso de los minutos tiende a la monotonía. Como comentaba una espectadora solvente a la salida del Àtrium: “a este texto hay que manejarlo como una partitura y aportarle musicalidad, tempo e intensidad”. Y tiene mucha razón.
Volpe, a pesar de la evidente implicación emocional de la compañía, no genera esa doliente complicidad del vértigo de un pozo que suele provocar Kane en el espectador que se siente llamado a cada ocasión que un teatro decide programar uno de sus textos. Con su propuesta -con una aportación críptica que no trasmite lo planteado en la mesa de trabajo- esa atracción casi masoquista no se produce.
De: Sarah Kane. Dir.: Loredana Volpe. Con: Marc Pujol, Marc Garcia Coté, Anna Casas, Chap Rodríguez Rosell y Marta Ossó.