'Anna Karenina' ha fascinado a muchos lectores y a algunos directores de cine, a Maya Plisetskaya, que hizo un ballet, y a David Carlson, que compuso una ópera. Es un drama que cuenta la desventurada historia amorosa de la protagonista en la Rusia aristocrática y consecuentemente la lucha de una mujer decidida a ser libre en un mundo de enormes condicionamientos. La historia, pues, es deudora de una época y un orden social muy concreto y cualquier intento de reubicarla históricamente exigiría, a nuestro entender, una osadía que no encontramos en la versión de Ivan Padilla.
La mejor virtud del original radica en la personalidad atrevida, valiente y decidida de Anna Karenina y su romántico sentimiento amoroso. A pesar del gran número de personajes, ella es el centro y motor de la historia. Padilla se centra con acierto en el triángulo amoroso (Karenina, su marido y su amante) pero esquematiza el relato y estiliza la historia hasta vaciarla de emoción.
¿Sin pasión puede haber 'Anna Karenina'? De hecho, el espectáculo que se puede ver en el Versus lleva el título de la novela de Lev Tolstoi pero podría tener cualquier otro, y si ella se dijera Silvana, y los hombres José y David, la historia que nos quieren explicar no cambiaría. Si lo haría la lógica de la función liberada del peso histórico y más en sintonía con el juego escénico que nos propone, donde la palabra tiene poco o ningún relieve y se combina con interludios musicales de piano y movimientos descriptivos. No negaremos cierto interés formal de la propuesta, pero nos parece insuficiente cuando se intenta penetrar en los tortuosos caminos de la pasión amorosa.