En el teatro, las conversaciones de sobremesa las carga el diablo. Hemos disfrutado de grandes obras en las que todo estalla después de una comida, cuando todos los personajes, o alguno de ellos, van bien cargados. Sergi Pompermayer adopta la fórmula para plantificarnos en los morros a una familia curiosa el día del cumpleaños del hijo, Max (Marc Bosch), que ha vuelto de Londres para presentarles a su pareja. La llegada de Kayla (Tamara Ndong), una chica negra catalana, destapa la caja de Pandora, el pasado esclavista de los Vidal, y hace que la tensión vaya subiendo hasta que explota como un volcán que ha ido incubando, poco a poco, la furia.
Julio Manrique dirige la obra con seriedad, consciente del material que tiene entre manos, muy cerca del 'Animal negre tristesa' de la pasada temporada en la Sala Beckett. No tiene la necesidad de vestir la obra: con una mesa grande le basta.
'Amèrica' habla del pasado, pero sobre todo del presente, del racismo que todos llevamos dentro y que sale de manera inconsciente, cuando la madre (Mireia Aixalà) se dirige a Kayla, o bien conscientemente, cuando el padre (Joan Carreras) conversa. Los combates dialécticos entre Ndong y Carreras son de traca y lo interesante es que en ninguno hay un vencedor, alguien que nos convenza del todo. No se trata de elegir entre vencedores y vencidos, apocalípticos e integrados, sino separar el grano de la paja. Y esto será trabajo de cada espectador.
Carreras se erige como un malvado shakespeariano, un Ricardo III ambicioso, brutal. Nunca es fácil adoptar el papel del malo de la película, sobre todo cuando se trata de un malvado contemporáneo. Ndong aguanta los envites sin doblarse y sin perder los papeles, en una pieza coral donde incluso la abuela (Carme Fortuny) y la criada (Aida Llop) inciden en su desarrollo. Una gran función.