Gonzalo Cunill y Àlex Rigola hace muchos años que se conocen, pero nunca habían tenido la oportunidad de trabajar juntos. El actor es un habitual de los trabajos irreverentes, puntiagudos y performáticos de Rodrigo García. Y a Rigola lo conocemos, pero nunca habíamos visto una pieza dirigida por él en un espacio tan pequeño, como este Who is me de Pasolini que, después de estrenarse en Temporada Alta y pasar por Madrid, París y Sevilla, llega el festival Grec para dejarnos boquiabiertos. Están avisados.
Vienen de dos mundos teatrales diferentes. ¿Como ha sido trabajar juntos?
Gonzalo Cunill Más allá de mi trayectoria, me considero sobre todo un actor que trabaja con el texto. Más performático o más clásico, siempre ha estado presente el texto... Entonces, cuando Alex me propone hacer un monólogo lo siento como algo muy cercano. No hay ningún tipo de confrontación sobre la manera de entender el teatro. Hemos coincidido de manera muy natural.
Àlex Rigola La primera vez que vi a Gozalo actuando fue con el 'Calígula' de Jan Lauwers... Por tanto, lo he disfrutado como actor que tiene, por encima de todo, la palabra. Sí que ha trabajado en teatro muy performático, lo que es un plus ante el resto de actores que sólo trabajan el texto, obras de teatro más clásicas. En la performance no hay espacio para la creación del personaje. En escena, Gonzalo no está, pero está. Es algo que hace muchos años que busco: tratar de encontrar el máximo de verdad en escena. Y me encuentro que hay una serie de actores performáticos que están ellos, en escena. No se protegen de un personaje, sino que se ponen en primera línea, sin ningún tipo de protección, ante el espectador.
¿Lo fuiste a buscar directamente a él?
À.R. Sí, sí ... Sabe atravesar esta pared invisible que hay entre espectador e intérprete.
En este montaje, tan próximo, esto es básico...
À.R. Es el centro... Al principio, teníamos la idea de que si lo afeitábamos y lo peinábamos, podría ser familiar de Pasolini. Pensamos que cuando el público entrara en la caja, se encontrara a Pasolini. Después nos dimos cuenta que el físico era lo de menos. Entras viendo a un actor que juega al fútbol y poco a poco, casi enseguida, te olvidas de Gonzalo. Se convierte en un médium. Gonzalo desaparece sin dejar de ser Gonzalo.
Últimamente, hablas de tu diabetes teatral. ¿Tiene que ver con ésto?
À.R. El oficio de actor es casi imposible. La repetición diaria, manteniendo unos niveles de verdad, cada día con el mismo texto, es casi imposible. Es de locos. Hacen un trabajo que pide enfrentarse contra lo imposible: el ser humano tiende a la recta, al ahorro máximo de energía. Y esto sucede siempre, en todo. El problema de la repetición es que tiendes a hacer lo mínimo. Los actores tienden a mantener el texto, cuando para mí es mucho más importante que el actor esté vivo. Prefiero que pierda el texto que lo contrario. Una de las cosas que debe suceder también es que el actor debe explicar cómo se siente, cómo se siente el personaje.
Ahora que hace meses que haces de Pasolini, ¿te sientes más cerca de él?
G.C. Soy, como decía Alex, un transmisor. Alguien que crea un puente entre Pasolini y sus palabras. A mí, decir estas palabras, en algún momento me emociona. Es como si fueran mías. No por una cuestión de identificación del tipo "me convierto en Pasolini", sino que es más poéticamente, de entender lo que está diciendo.
À.R. Él no dice "ahora soy Pasolini", pero sí que todos tenemos en nuestro interior muchas de las cosas que cuenta. Todos los conflictos de Pasolini nos los plantea Gonzalo, pero nosotros no vemos a Gonzalo, sino un tipo que, con toda sinceridad, nos plantea el problema que tiene y por qué toma una opción.
¿Sois ahora más fans de Pasolini?
À.R. A mi me gusta mucho la primera etapa de películas de Pasolini... No creo que sean sus películas, los poemas, las novelas, sino la totalidad de su obra y su vida lo que le hace interesante. Vive con una honestidad cristalina, como persona, lo que le supone 33 juicios en vida. Para mí, es una lección continua. Acabo de poner en casa una frase: "Hay que destruir el teatro o vivir en el teatro! No vale silbar en las ventanas ". Es una frase de Lorca, pero podría ser de Pasolini. En un momento dice que su obra es su vida, como él ha obrado, que supera de largo lo que es estrictamente obra.
¿En el Who is me nos viene a decir que el arte es imposible?
À.R. Lo que hace Pasolini aquí es construir la entrevista perfecta, escrita en verso libre, que irá reproduciendo en los años siguientes en las entrevistas que hará. Si coges las entrevistas de radio y televisión de la época, son una repetición sin tanta poética. Fue un hombre que vivía en la contradicción absoluta: es religioso, espiritual, pero está en contra de la Iglesia; es comunista a pesar de que los comunistas asesinaran a su hermano y venir de la cultura burguesa; es tan profundamente de izquierdas que en el Mayo del 68 se pone del lado de la policía, porque dice que los estudiantes son hijos de la burguesía y los policías son obreros. Durante todo el poema, dice que renuncia a la poesía, pero para contar esta historia termina escribiendo un largo poema.
Esta es una obra pequeña, la más pequeña que has hecho nunca. Àlex, ¿por qué decidiste hacerla tan pequeña?
À.R. Este es el espectáculo, de los 45 o más que he dirigido, en el que he sido más feliz de toda mi vida. Porque tenía la posibilidad de poder trabajar con unos niveles de sensibilidad que cuando es para más espectadores es imposible. La buena poesía te eleva, te transporta. Hay un momento en que lees unos versos y te levantas, te sientes feliz, aunque los versos sean tristes... Este espectáculo, además, lo hemos ensayado en mi casa, en mi estudio, que hace unos 6 x 4 metros. Y la caja tiene estas medidas. Pudimos ensayar de una manera muy íntima, con un equipo con el que hace años que colaboro y donde todos, salvo Gonzalo, éramos amigos.
¿Has dejado, en definitiva, que los espectadores entren en tu casa?
À.R. Lo importante es que entren dentro de un territorio neutro. Estás dentro de una caja donde hay un actor suspendido en el vacío. Queríamos que el público entrara en un espacio aséptico totalmente para poder conservar estas palabras.
G.C. El espacio ayuda a muchas cosas. No deja de existir la convención teatral: yo digo yo soy Pasolini y tú me miras creyéndote que soy Pasolini, lo que te permite entrar en este viaje, que también es un viaje en el tiempo. Y vayas donde vayas, el espacio siempre es el mismo.
¿Pones en duda el espacio escénico?
À.R. Buscamos en todos los extremos. Hacemos que el espacio sea una pieza de arte. Y aquí lo que estamos buscando es centrarnos en los actores, ir a la esencia. No todos los textos permiten hacerlo... Vamos a buscar la proximidad, tratamos de establecer una relación más cercana entre actor y espectador.
G.C. Yo me siento más cómodo con este formato que intentando dar verdad a un texto en el que tengo que chillar, en un teatro para 500 personas.