Clua plantea una relación, si no imposible (palabra prohibida en temas de amor), sí muy difícil entre dos estereotipos a los que, además, caricaturiza. Ella es una pija. Una joven trabajadora despolitizada y más preocupada en tener unos zapatos nuevos que para la contestación social de un actor sin trabajo, cobijado bajo el movimiento de los indignados de quien se enamorará locamente.
El texto no es ninguna maravilla y pide a gritos una dirección que lo ponga de vuelta y media, que lo haga volar por encima de los convencionalismos. Por el contrario, Roca hace una lectura plana, incluso sentimental, y ofrece una puesta en escena anodina, dramáticamente átona, a pesar de tener cuatro magníficos intérpretes para construir la función. Roca no ha encontrado el tono. Tampoco la partitura de Jordi Cornudella no se aleja mucho de los estereotipos del género y el desacertado espacio escénico tampoco ayuda.
Esta vez es evidente la razón de la dicha: las segundas partes nunca han sido buenas.