Detrás de Gal·la Placídia hay una esquina con una celosía de madera oscura que capta la atención del transeunte: ¿qué se cuece, allí dentro? El 2009, Kenia Nakamura y Anna Perayre abrieron este restaurante de cocina japonesa y su menú 'kaiseki' es una experiencia única, por el ambiente del local -pura tranquilidad, todo paz- y por tempo y la precisión ritual de la elaboración de los platos delante de ti. Tratan la materia prima con una delicadeza inaudita, sea pulpo, pato, ternera o toda de clase de verduras -espinacas, espárragos, habas, algas: según temporada- hechas al punto de cocción perfecto para sacar el máximo de sabor y que su textura exprese mejor.
Cada plato es una pequeña obra de arte de composición, como por ejemplo la dorada al vapor con 'umeboshi', bola de tofu y crema de guisante: cada elemento participa del conjunto sin perder ni una onza de personalidad. Con su 'sashimi' se entienden los peces como nunca: la untuosidad del salmón, el alma melosa de la gamba, la ductilidad del atún ... No tienen ninguna voluntad provocadora o experimental, y, sin embargo, toda la rato puntúan los platos con sorpresas fantásticas como la tempura de fresa, la salsa de calçots y los cubos de jalea real.
Cuando sales de Wakogoro, el espíritu, nutrido y en calma, te hace notar que lo que se cuece, allí dentro, es todo un viaje por los sentidos, incluida la mente.