No hay que reinventar la rueda en cada nuevo local, ni vender motos. Ahora, hacer las cosas con sentido común y calidad no es nada fácil; pero si añades carencia de pretensiones (que no de ambiciones) puedes triunfar. Este es el caso de Toni Bigote, a Les Corts, en aquella recta de la travesera donde sólo había franquicias y bares decrépitos. ¿El nombre? No os excitéis, su padre se decía Toni y llevaba bigote, un 'naming' tan buno como el mejor. Lo abrieron ganando terreno a un bar Manolo que acumulaba roña desde hacía muchos años. Sigue la estructura y la barra, y cumplen a la perfección el papel de bar local: donde almorzar, comer de menú, hacer el vermut y cenar con garantías.
Su propietaria es publicista de formación pero cocinera de pasión. Lo aplica en platos como judía verde en tempura, finísima, acompañada de una mayonesa con trufa por menos de 6 euros, o un 'trompe-el oeil' de bravas que en realidad son dados de polenta con suave crema de idiazabal. Todas las salsas las hacen ellos y se nota: las administran de manera inteligente y siempre a banda. El magisterio salsero se sublima en unas patatas fritas con morcilla de perol, apio y espuma de ratafia. ¿Una espuma en un bar? Sí, la suavidad melosa del perol encebollado y el apio van de maravilla con la dulce amargura del mam telúrico cremoso (cocina volcánica de Olot). Al mediodía hay un menú espléndido por menos de 13 euros. La terraza, media vida: los jardines de Joaquim Ruyra al servicio de una caña como las buenas de Madrid.