Un ejemplo de fusión con conocimiento de causa es lo que encontramos en el restaurante Nomo. Abierto en el 2007 –justo en el momento en que la cocina de fusión era sinónimo de 'want tun' con butifarra–, los hermanos Molina-Martell decidieron importar desde Londres una idea de restaurante japonés casi inédito en Barcelona: la de un espacio informal, moderno y cosmopolita que combinara las materias primas de alto nivel con sabores de Oriente y Occidente sin complejos. Lo que en un inicio fue una idea de tres chicos que requirió el aval paterno, es hoy un grupo con tres locales en Barcelona, tres en la Costa Brava, uno en Girona y uno en Madrid y unos 200 trabajadores.
¿Se come bien en Nomo?
Maravillosamente. Buena parte del éxito de Nomo se debe al trabajo del chef Naoyuki Haginoya, un 'sushimaster' que tiene algo muy difícil de encontrar en un cocinero asiático en Barcelona: la hiperespecialización. Haginoya pasó su juventud en Tokio trabajando en barras de sushi, izakayas (tabernas) y brasas, y conoció cada área a fondo (en Japón los restaurantes se dedican a una especialidad muy concreta). Los hermanos Molina le fueron convenciendo poco a poco de las virtudes del mestizaje culinario, y Haginoya aplicó un espíritu creativo y juguetón que hoy es la marca de la casa. El resultado es una carta con sushi y sashimi de primera calidad, y un 60% de platos calientes que hace caer de culos por sabor, inventiva y producto. ¿Ejemplos? Tapas japonesas, como una croqueta de cola de buey rebozada en panko delirantemente buena, platos entre dos mundos, como una tempura de verduras con huevo y foie del Empordà, o un apartado de arroces que hace caer de culos: ¡arroz frito con anguila del Delta del Ebro, ceps y trompetas de la muerte! Y sí, te lo puedes llevar a casa, pero vale la pena sentarse a comer con calma.