Estamos en un asador argentino moderno donde todo gira en torno al número 15: una mesa principal para 15 y 15 platos a la carta –el decimoquinto es un plato de temporada, inspirado en los recuerdos de infancia de uno de los socios, Pato Costa– y 15 referencias de vinos. Como explica, "lo que hemos hecho es reunir todos los platos de un asado y los reinventamos un poco, hacemos versiones modernas y las mezclamos". La carta es breve pero suculenta. El chef Facundo Reynoso tiene mucha maña parrillera, y la ventaja de la infraestructura que dejó el restaurante Fat Barbies: un horno de leña Josper y un ahumador. La primera idea era abrir una cervecería artesana, pero cuando vieron que tenían entre manos un proyecto con muchas posibilidades, decidieron apostar por la carne, la leña y fuego.
¿Qué pedir en Mesa Quince?
Por ejemplo, una jugosa chuleta de ternera que se funde en la boca con mantequilla de chimichurri, un milhojas con butifarra negra y toque cítrico impecable, o un solomillo ojo de bife de los que se recuerdan por ternura y sabor suave pero sostenido. Y un hit inesperado es su versión de la tortilla de patatas, hecha con boniato y cebolla asada. Más argentinidad poco ortodoxa: su visión del 'chorizo criollo' con rúcula, parmesano y mermelada de higos.
Los platos se pueden pedir en el orden que desees, todo mezclados y para compartir, sin protocolo (cuando fui, debatían sobre la conveniencia de hacer una versión de los chinchulines, intestinos de vaca braseados y presentados en forma de trenza, pero va a ser que no). Y el local es bonito hasta decir lo suficiente: unos inmensos bajos del ensanche, de techos altísimos y llenos de madera y ladrillo de obra vista. Este es un lugar noctámbulo: abre a las seis de la tarde y las noches se alargan con la barra abierta de cócteles.