Irene Iborra, quinta generación de la horchatería Tío Ché, está al frente de Mamá Heladera, donde "hacen helados a partir de mis recuerdos y los recuerdos que nos han contado nuestros vecinos", explica. Estudiando en la escuela Hofmann, prestó mucha atención a las explicaciones sobre neurogastronomía de Montse Saperas: como la percepción del sabor afecta a la cognición y la memoria. Y a partir de una encuesta a personas cercanas, pidiéndoles un recuerdo de infancia con un sabor, aroma y situación asociados, comenzaron a hacer helados. "¿Qué recuerdo tienes de pequeño? Tu abuela te llevaba a comer higos del árbol? ¿Y ella llevaba colonia de rosas? Y quizás esto pasaba en el Alt Empordà? Pues a partir de eso hacemos un helado", ríe.
Por ejemplo: ¡helado de recuerdo de jugar con plastilina! Hecho de coco con almendra amarga y un poco de sal, tan abracadabrante como el helado-recuerdo "Rebañar la olla de bechamel": con nuez moscada, pimienta, sal y mantequilla (y que a los locos de pasarnos con la nuez moscada haciendo bechamel nos encanta). Todos los helados están hechos desde cero y cada uno tiene una preparación especial, no hay una base común, dicen. A diferencia de los del Tío Ché -en la puerta del lado- sus helados tienen solo un 30% de aire y están almacenados en 'pozetti', protegidos de la luz del sol. Y quizás los sabores son aventureros, pero la textura cremosa apunta al 'gelato' artesano italiano.