Han puesto el nombre al revés para que se entienda: el Malparit está muy bien parido. La cuarta aventura gastronómica de Leo Chechelnitzky –barcelonés de origen ruso, hijo de un bar de tapas en la Sagrada Familia que él transformó en Madre Taberna Moderna– se lanza de lleno al hedonismo más desenfrenado, con la idea de desmontar el tópico de que los catalanes somos sosos si nos comparamos con andaluces o madrileños (¿Laporta o Jubany son sosainas? ¿Verdad que no?). El carácter castizo catalán que identifica el uso afectuoso de la palabra "malparit" es el espíritu que Chechelnitzky quiere imprimir a su restaurante.
Este espíritu queda perfectamente plasmado en el espacio, muy bien pensado y bien parido, literalmente. El espacio se divide entre una barra metálica con mucha marcha, una cocina abierta y un comedor elegante, presidido por una bonita claraboya que invita a bajar revoluciones. No es un bar-restaurante, sino un bar y un restaurante con producto de primera. La carta es tan variada como el espacio y refleja todas las filias hedonistas del propietario: tapeo de altura frío y caliente de aquí a Soria, pasando por Madrid –imperdibles su versión del torrezno soriano o una tremenda ensaladilla rusa de gambas al pil-pil–, una sección de plancha con marisco selecto y mucha cocina caliente.
¿Cómo se come en el Malparit?
Se benefician de una brasa que da mucho juego a su identidad de cocina catalano-castiza: el chup-chup de platos como el capipota o las albóndigas con sepia impecables se combina con la parrilla, como en una butifarra de payés con judías de Santa Pau. La personalidad de los chefs Andy Feher y Alfredo Rodríguez también permite creaciones de gran impacto, como el tuétano de vaca vieja a la brasa con tartar de atún. Cuentan con una carta de vinos de 150 referencias y 15 por copas. La amable ambición de este local, una especie de resumen y ampliación de la trayectoria del empresario, está más que justificada. ¡Fiesta!