Con cuatro décadas casi a las espaldas, L'Olivé puede considerarse que ha pasado de clásico a emblemático. Con la decoración renovada, la oferta gastronómica de César Pastor lo coloca entre los más importantes de la ciudad. Manteniendo algunos de los platos que le dieron fama, Pastor ha añadido otros que enriquecen la propuesta con la incorporación de marisco de gran calidad y a la vez creaciones dignas de mención, como el canelón de txangurro, exquisito y refinado.
Pocos lugares hay que se animen a ofrecer cerebritos rebozados o que conserven a través de los años una de las mejores 'esqueixadas' que uno ha saboreado. Y para empezar la comida con finura, hacedlo con las croquetas. La sabia y original incorporación de la cerámica en el diseño otorgando calidez al entorno y un servicio como pocos –¿por qué tanto premio a chefs y ninguno hacia las salas?–, dirigido por Albert Alonso, hacen que por instantes el comensal con memoria sensitiva se sienta cómo si estuviera en los añorados Finisterre, Reno, Quo Vadis... Sirven pescados salvajes y marisco con la mínima manipulación, el chef se puede lucir con un producto fresco y de proximidad y algunas propuestas son para repetir, como el tataki de atún y foie gras, que exalta y respeta las características de dos productos tan delicados para combinar. Los arroces merecen también un destacado, así como los postres.