Hay que celebrar el éxito de un lugar como Last Monkey. Este bareto 'esquinero', abierto el 2018, ha hecho un trabajo excelente, sin pretensiones y dedicado al barrio: tapas asiáticas y fusión mediterránea por el mismo presupuesto con que un aborigen puede ir a comer al Vilaró o a Rafel.
El chef italiano Stefano Mazza –de los Alpes, territorio de contundencia y sabor– conoce muy bien Barcelona y el mestizaje con Asia. Fue el segundo de a bordo del añorado Mé, a las órdenes del huracán Thang Pham. Mazza ha construido una carta corta y sabrosa donde el sudeste asiático se llena de toques italianos, o al revés. Los cocineros que no reniegan de la etiqueta de fusión son los que lo hacen muy bien. Como Mazza o sus amigos de Casa Xica.
De ejemplos sabrosos tiene a puñados: unos espléndidos 'gyozellini': tortellinis crujientes, trabajados cómo si fueran 'gyoza', hechos al vapor y acabados con un toque de frito, rellenos de espinacas, ricotta, soja coreana y mayonesa de kimchi (tan crujientes que recuerdan el 'wonton'); platazo por menos de 6 euros. También lo son las mejillas tagaloc: de ternera, melosa, estofada al estilo filipino, con jengibre, lemongrass y comino, donde la cocina catalana encuentra el punto de frescura que a veces carece el sofrito lento. Y el gran éxito de la casa son unas berenjenas confitadas con soja y aceite, con salsa de chili dulce.
Tapear aquí os traerá recuerdos de cuando estabais pelados y con mil pesetas, fiestón, a base de bravas cabronas y chorizos infernales. "El factor popular es muy importante. Que pueda venir gente joven y del barrio a comer y hacer unos tragos por euros es básico", valora Mazza. En el bar son cuatro: en una minicocina, cúbica y optimizada al máximo, solo él. Uno le coge confianza a la ética culinaria de Mazza.