Han tenido que pasar cien años, pero la bodega La Palma tiene un nuevo restaurante: La Palma de Bellafila nació en junio del 2024 y es donde estuvo el emblemático restaurante Pla. Judit Giménez y Albert Rial son una pareja de restauradores del Gótico que han abierto un restaurante en el Gótico y para los barceloneses. En 2005 convirtieron La Palma, poco a poco, en una bodega gastronómica, con tapas afinadas y un menú de mediodía de alta calidad y precio asequibles en el que ficha medio Ayuntamiento.
En La Palma de Bellafila las intenciones son mucho más ambiciosas, de restaurante de primera fila: la carta corre a cargo del chef Jordi Parramon, de figura seca y carácter fresco, que hace años renunció a la Michelin por la docencia y que tiene la filosofía de hacer disfrutar al comensal sin estropearle demasiado el cuerpo. "Planteo una actualización de la cocina catalana aligerada, evitando los tópicos de ciertos platos, pero sin desmerecerlos en la nueva versión", explica. Veamos los entrantes: en lugar de snacks de bravas y aceitunas, hay platos tradicionales convertidos en snacks, que puedes golpear con la mano. Alerta: ¡snacks de oreja! Buenísimos. Oreja hervida, confitada y después rebozada, que se engancha con el deleite manual quien come patatas fritas. O unas costillas de cordero lechal al ajillo de tamaño microscópico, que se dejan mondos como el hueso de una aceituna.
Parramon cocina pura temporada, más densa en otoño y fresca en verano, a base de maceración, escabeche y fermentación, y verduras de pequeños productores, suministradas por Pau Santamaria. Veamos unas sardinas marinadas con uva –una alusión a la coca de recauda– que acaban con un muerdo a la raspa del pescado, un bocado delicioso: dulce, ahumado y crujiente. O unas albóndigas, mar y montaña, protegidas bajo una cigala y un fino velo de panceta. La carta está muy meditada: nada obvio, pero tampoco nada que traicione el espíritu del plato. Y esto incluye los postres: ¡pedid la evolución del pijama!