El cierre del Jabalí en el 2019 fue un drama nada pequeño: adiós al bar de tapas y bocadillos más clásico de Sant Antoni, abierto en 1959: un local de vocación popular y carisma a capazoa, donde se comía muy bien por poco dinero. Por suerte, en lugar de incrustar un Taco nada Bello, a principios del 2022 lo reabrió Fernando, que fue encargado del gallego Los Cachitos, en la acera de enfrente. Y ha subido el voltaje del producto sin enajenar a la clientela del barrio. En la carta conviven las almejas del carril y las ostras de Arcade con un apartado de tapas muy bien hechas y bocadillos que remiten al pasado reciente y añorado: calamares a la romana, croquetas caseras de ibérico y pepito de solomillo.
Ahora bien, el lifting estético es total: hemos pasado de un interiorismo de negro y fórmica a un blanqueado y alicatado impecable, que mantiene unos pedazos de mármol oscuro, una barra preciosa y el altillo (adiós al encanto psicotrópico de un sitio que parecía un híbrido entre El Molino, una charcutería y una tienda de lápidas). Comer en La Jabata –un nombre menos heteronormativo, ejem– no decepciona: la ensaladilla rusa, a 4,25, clásico de la casa, todavía pasa la mano por la cara a versiones con mayor pretensión. El capipota con garbanzos es muy bueno, y han repescado Juan, un jefe de sala hierático, eficiente y amable, que los desaboridos como yo agradecemos. Si añadimos vinos a copas a precios de amigo, y la contención general de precios, vale la pena que volvamos con alegría.