Me recomiendan La Cuina d'en Garriga, restaurante situado en el epicentro urbano barcelonés, y llego un sábado por la tarde. Me han dicho que el local es agradable, resultado de la pasión culinaria de Helena, gerundense, y de Olivier, un francés de los Alpes, un maridaje perfecto.
¿Y qué es La Cuina d'en Garriga? Pues el restaurante es algo que debería ser más frecuente en Barcelona. Un lugar sin estridencias donde el comensal disfrutará de platos sin trampas y donde la base es un producto excelente y un precio apto para la clase media.
He escuchado por la radio que un grupo de visionarios quiere que adoptemos los horarios suecos. Y como soy obediente, empiezo a comer a las ocho de la tarde. Espero que estos prohombres de la cotidianidad también luchen para que nuestros hijos tengan la escuela, el transporte y la sanidad gratuitos. Si hay que ser suecos, espero que lo seamos para todo.
De la carta, escojo una mortadela con trufa como entrante; de primer plato, un tartar de remolacha, y de segundo, unos huevos estrellados con butifarra de perol, la mejor morcilla de las que se hacen y se deshacen en esta tierra.
La mortadela es buena, aunque falta un poco de untuosidad. Es demasiado magra. El tartar es excelente. Eso sí, te tiene que gustar la remolacha, evidentemente. Si la base es la hortaliza, el plato se redondea con alcaparras, cebolla, mayonesa y pepino. Es algo picante, sutileza que, haciendo caso del refrán que dice que "la comida picante quiere vino abundante", la acompaño de una copa del magnífico Clos de Dominic, un vino de Porrera de 16 grados que entra como el agua.
De segundo, los huevos estrellados dependen de la calidad de la butifarra de perol, y ésta es ampurdanesa de verdad.
De postre me sirven un pastel de limón. Estoy demasiado cansado, y eso que me han invitado.
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