El valor de La Brochette, restaurante especializado en pollo, es haber recuperado el placer de comer el ave que idealizó la posguerra: una clásica ensalada Cèsar, unas croquetas, unos canelons, un tajín, una morcilla, una hamburguesa, un cuscús, una brocheta con berenjena picante... El pollo tiene múltiples puertas para entrar en el paraíso. Cómo es la primera vez que voy, pido el clásico: medio pollo al ast macerado en especies. El ave resulta fantástica, intensa de gusto y de aromas. Para acompañar el plato, pido un wok de verduras. Un placer, aunque alguien pueda pensar que se trata de un menú de dieta.
La sencillez al poder. Para romper el equilibrio dietético, pido un tiramisú. Me lo ha recomendado un cliente asiduo que nunca se puede resistir a un dulce con gusto de café suave y una crema esparcida con un cacao que cierra el círculo virtuoso. La Brochette es un restaurante sin grandes pretensiones y por eso es muy recomendable. El pollo merece llegar a los reinos celestiales.