Si alguien puede ondear con todo el derecho del mundo la pizza en Barcelona son ellos. Pino Prestanizzi (calabrés) y Patricio Sodano, de Nápoles, abrieron, en 1989, La Briciola. Era un momento en el que “solo había una pizzería en la ciudad, e ir a cenar al italiano era signo de distinción”, rememora Pino. El tiempo aquí se ha detenido, pero esto es bueno: han mantenido el nivel y trabajan con todo el producto, incluso el agua, de Nápoles. Y la decoración es demasiado auténtica para tildarla de kistch.
Tienen una carta bien escogida de antipasti y platos de pasta, pero la estrella, claro, es la pizza, en su caso fina, crujiente, nada de napolitana baratita que ya circulan muchas: “No hay nada peor que una pizza gomosa y poco hecha que te repita”, dice Pino.