Proyecto del chef Carles Abellán con el cuerno puesto en el pescado y su cocina. Dos barras enormes protegen la brasa: convergen y se ensanchan en un punto de fuga-coctelería y los comensales se sientan en taburetes de cuero falsamente ridículos. Entre las barras, una brasa japonesa, y a las paredes, baldosas de piscina o pescadería. Es la versión reluciente del restaurante de playa de pequeños. Pero esto no va solo de brasa y plancha sino de grandes platos de la cocina tradicional del pescado mezclados con otras gastronomías, como la raya sobre una cama de guiso de callos. Si estáis cansados de las tapas clásicas marineras, tenéis un refugio: aquí creatividad rima con mar.
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