Si vais de excursión al Priorat y buscáis un buen sitio para comer, lo mejor es no complicarse la vida: el restaurante del Hostal Sport –que en la región goza de un más que justificado estatus de catedral de la cocina catalana– abre 365 días al año. Y la verdad es que después de pasearse por su carta de cocina catalana, uno no puede evitar pensar cómo nos hacen pagar a precio de oro ciertas cosas, en Barcelona.
Esto no es un rancho de carpantas, sinó un restaurante de cocina tradicional que ofrece finura, proximidad, producto de primera, y ... ¡cantidad! Nada de platitos de montaje fino y mordisco escaso, sinó platazos donde la estética no roba espacio a la pitanza. Por ejemplo, entrantes tanto intachables como unos canónicos canelones de asado con bechamel suave y bien gratinados, o unas delirantemente buenas croquetas de ceps. Los clásicos de la casa son 'platillo' catalán a fuego lento con un pequeño toque personal -como un rabo de toro con paciencia, o un pollo de corral guisado con frutos secos– y mares y montañas de traca, como calamares de playa con papada y sofrito. Y si es la primera vez que visitáis el Priorat, probar el plato prioratino: tortilla con zumo y bacalao. Echad un vistazo a la carta de vino, con unas 230 referencias.
El restaurante refleja la personalidad singular del Hostal Sport: un establecimiento que abrió en 1927 y desde hace cuatro generaciones se ha mantenido dentro de la misma familia, los Domènech. Lo que son inconvenientes en hoteles de grandes cadenas, aquí es proximidad: jardín privado para disfrutar del sol y el vermut, habitaciones no hechas en serie, un servicio de bar permanente, y un restaurante abierto todos los días de la semana, día y noche. ¡Y desayunos de arriero desde tiempos inmemoriales!