He Cheng

Como con Quim Monzó en Can Boneta, y como le gusta comer -eso sí, cocina alejada de la tecnoemocionalidad-, le pido que me recomiende una serie de restaurantes. Dispuesto a seguir con fidelidad la ruta Monzó, el primer restaurante que escojo es un chino llamado He Cheng, donde con Álvaro Colomer, escritor excelente, nos disponemos a hacer con los palillos chinos un nuevo capítulo de La guerra de las galaxias.

Monzó me ha dicho que es el mejor chino de Barcelona. Y aunque la decoración no sea muy diferente de la de los restaurantes chinos blanqueadores, lo cierto es que se come de narices. La carta es extensa, extensísima, y ​​siempre es mejor ir acompañado o en grupo para degustar exquisiteces en raciones generosas. A la mujer del comedor se le entiende poco, por no decir nada, ya que emplea unas eles en lugar de erres que parecen geminadas.

Pedimos unos niangao, pasta de arroz frita con tocino y champiñones, unas guo tie, empanadillas de carne a la plancha, pato ahumado, que sirven crujiente y cortado con un rosbif, y cangrejo asado con pimienta. La cocina tiene el aroma del fuego, o sea, que la mano del cocinero elabora con destreza los pedidos y el sabor es exquisito, sobre todo la pasta melosa y gruesa de los nian-Giao y el cangrejo de caparazón picante, aunque sería injusto no destacar las otras elecciones.

La carta, como ya he dicho, es extensa, y me han quedado ganas de probar la tripa de ternera al estilo chino. Para los más valientes -y con la cocina la valentía se demuestra comiendo–, existe la posibilidad de elegir unas lenguas de pato, una ensalada de medusa o una mini fondue de sangre de cerdo, por poner tres recetas que piden una atención aparte.

Monzó tiene razón. En He Cheng se come muy bien. Podréis hacer una comida a la altura de las cocinas de la Ciudad Prohibida. Y con una cerveza china, una Tsingtao en la garganta, uno sale del restaurante con el espíritu del último emperador.