Es toda una garantía saber que tras un local asiático está el británico Gilles Brown, copropietario del Mosquito y el Red Ant. Su aproximación a la gastronomía del sureste asiático es metódica y obsesiva con la calidad. El Grasshopper Ramen es todavía más pequeño que el Ramen Ya Hiro: una pequeña barra baja con capacidad para quince comensales. Brown me habla de caldos con cocciones de dieciocho horas y de los tares, las salsas o los fondos que distinguen un ramen de otro. “Esto es alta cocina que se tiene que servir rápido, no es una tontería”, concluye.
También elaboran sus propios fideos, y añaden 'kansui', una solución alcalina para que el agua tenga una propiedad similar a la de Japón (y la pasta sea elástica y absorbente). Tienen los tres tares (miso, soja y marisco) y también dos ramen de miso vegetarianos: normal y picante. Me como el de soja, delicioso, y me afano en escoger una birra entre un ejército de cervezas artesanas.
¿Se come buen ramen en Grasshopper?
La gracia del Grasshopper es que con el paso de los años –abrieron a finales del 2016– han mantenido una regularidad modélica en su cocina y sabes exactamente lo que te vas a encontrar: una taza de ramen abundante con un caldo de lo más sustancioso. Según cuenta Brown, tardaron dos años en clavar la receta ajusta de caldo para el ramen de miso. Eso sí, han añadido algunos platos a la carta, que proceden de su rico bagaje de comida oriental, bien sea china, como los 'dan dan mien' picante (bol de fideos chinos), las costillas de cerdo estilo cantonés o clásicos de taberna japonesa, como el pollo frito 'karaage'.