En el neón del local pone 1984, pero el local abrió en 2012. La vida heladera de Roberta Bernasconi, de la Lombardía, tiene tela. Su padre abrió su Gelatomania en Milán en 1984, cuando él ya tenía 58. Y cuando el hijo de la Roberta fue a estudiar a Barcelona, ella -que había estudiado cine pero vivía en Gran Canaria haciendo helados- lo acompañó.
Peripecias aparte, los helados son fantásticos, sean los sabores clásicos -hasta 25 de diferentes- o inventos que dosifica a cuentagotas, como el de crema de mascarpone con manzana. Sin querer ser pretenciosa, afirma poseer "la clave de un buen helado: buen producto y el equilibrio entre grasa, azúcar y aire". Tiene el obrador a la vista, y es generosa; dos bolas artesanas a 3 euros. No escatima "en el ingrediente más caro de un helado en Barcelona: la electricidad!".