Alfa y omega de la salchicha en Barcelona, no se están de ostias. Tras la barra, un señor de acento germánico y chaqueta blanca de maestro salchichero fríe salchichas tan gruesas como el muslo de un niño de dos años. Muerdo un bratwurst con avidez (que te colocan encima de la barra sin plato, sobre dos pañuelitos translúcidos). Saboreo con deleite la grasa y el limón, la tripa tiene muescas de dos centímetros. Y pienso en las generaciones de estudiantes de la Politécnica que se han alimentado de ellas desde 1973. Caray, si de aquí salen ingenieros, tan malo para la salud no puede ser.
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