La marquesina lo resume todo: dando bien de comer desde 1978. En lo alto del Carmel, este bar-restaurante ha pasado de padres a hijo y mantiene una salud envidiable. Los padres de Jordi Rincón abrieron el Rincón Sevillano a base de sudor y esfuerzo, y él lo ha mantenido todo igual (incluso la ambientación de club de fans del Betis, aunque él sea del Barça). Comer un menú de mediodía aquí significa, entre otras cosas, recordar que hay algo llamado normalidad que aparece cuando te alejas del centro de Barcelona: un menú del día casero, con raciones abundantes y un precio muy asequible.
Son cinco primeros y siete segundos donde abundan los platos de cuchara, el horno a fuego lento y la plancha con producto de calidad (aunque siempre hay un par de platos más nobles como el rabo de toro o el bacalao con samfaina con un pequeño suplemento). Preparaos para reencontrar la felicidad infantil de ir a comer con los abuelos, a base de platazos como macarrones a la navarra –con sofrito de chistorra–, unas impecables lentejas guisadas o unas carrilleras de cerdo con patatas fritas que dejan en evidencia a los restaurantes de cocina catalana de capipota a 23 euros. Los postres también son caseros (pedid natillas de la casa). El ambiente es tan transversal como el placer de comer aquí: los jubilados lo mismo hacen chistes vintage ("Melon Blando, Flan Sinnata") que hablan del interiorismo de la Gauche Divine.