Los bares de barrio tienen una épica cotidiana: si se come bien, se come el doble de bien porque son de barrio; es así. Ahora bien, el bar de barrio del 'upper' Diagonal existe, aunque en lugar de la épica del esfuerzo a menudo tiene la melancolía de la decadencia. Sobre todo en el Putxet, donde convive el restaurante caro con la 'fritanga' interclasista, y el margen para el buen comer popular es escaso. Será porque la mayoría de los vecinos tienen segunda residencia y el viernes se dan el piro. Mira por donde, en el Putxet ha abierto una casa de comidas, de formas populares pero espíritu gourmet, sangre y caldo nuevo que reclama tanda entre las bravas momificados y el lujo donde el 'maître' es el primo de Drácula. El Dinou, en Buscarons, viene a reclamar el título del bar de barrio en el Putxet-Sarrià. Su propietaria, Nuria Gómez, camina entre dos mundos: "Estudiaba en el Liceo Francés, pero durante trece años fuimos un mes en el pueblo de la madre en Cazorla, donde hacíamos la matanza. Cuatro cerdos en un mes. Esto me dio una perspectiva de la vida versátil ", ríe.
Gómez se ha ganado la vida como comercial en proyectos editoriales de alta tirada, pero también como cocinera: tiene estudios y ha trabajado en algunos de los grandes caterings del país (prefiere no soltar nombres "para huir de los tópicos de la alta cocina "). "Y siempre que he tenido un cambio de vida, me he puesto a cocinar", dice. Esta vez, a degüello: El 19 es un 'one woman-bar', producto escogido donde todo sale de una cocinita donde ella entra y sale, haciendo de cocinera y tabernera. El trato es de casa de comidas: está la carta y los platos del día y lo que quiera el cliente como apartado no escrito, bien lo pida una señora con abrigo de chinchilla caldoso de bogavante o un albañil que quiere butifarra esparracada.
La cosa va de cazuela selecta y producto escogido: el bacalao viene del mercado de Santa Caterina, la pasta de Celentano, las verduras de Ordal, la morcilla y los huevos de Calaf. No le asusta cocinar sola, sobre todo porque tiene "la experiencia de cocinar para cien personas en fiestas particulares". Y esta es una carta rica en lo que falta en el barrio: "salsas buenas, fumets y caldos son mi especialidad". Tapas, cazuelas -platillo del Empordà y arroz-, producto top y pasta estructuran una carta sin menú.
Contra la brava en serie, ella propone una patata gallega con alioli de ajo negro brutal. Y nada mejor para hacer boca que una ensalada de tomate y bonito directo de Casa Debaser, galleguismo de solera. "Mi abuela cocinaba en los pabellones de caza de los pijazos de Cazorla, y yo a menudo para los jugadores del Barça", dispara. No tiene pelos en la lengua, ni complejos en la cocina.
Sorprende su arroz con magret de pato -derivación jugosa y deliciosa del 'arròs brut' del Ampurdán-, mar y montaña con camarón fresco y magret de pato jugoso en lugar del costilla, y cebolla confitada entera además del sofrito oscuro. Con un pie en la calle y el otro en la aristocracia. Como la cocinera, vaya.
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