El otro día huí de la vía Augusta y ahora vuelvo para ocupar una de las mesas del DOP Restaurant. La verdad es que me reconcilio con la zona alta. El DOP es un restaurante afable, muy al gusto de la burguesía acomodada, y aunque la carta no es innovadora –algunos a esto lo llaman cocina de mercado sofisticada–, la comida acaba resultando muy agradable. Por cierto, el trato es exquisito.
En las mesas, el bilingüismo es inexistente, ninguna novedad, y se nota que en el DOP se reúnen amigos para hablar de veteranas batallas o jóvenes parejas con batallitas ya demasiado vividas a pesar de la juventud perdida.
Y la verdad es que el restaurante da para que te expliquen buenas historias. En la carta hay platos que me gustan bastante, como por ejemplo un rabo de buey con vino tinto y puré de manzanas al horno, pero decido hacer la Ruta del Bacalao. Eso sí, sin mescalina.
Entre un Parmentier ahumado con huevo cocido a baja temperatura, fuagrás a la sartén y aceite de trufa, o unos tagliolini con colmenillas con vino de Porto y polvo de fuagrás, escojo el segundo.
Y entre un taco de bacalao con romesco de pimentón de la Vera y salsa de calçots, y un bacalao confitado, alioli de ajo negro y patata gratinada, escojo el primer plato. Por cierto, escribo esta crónica desde Lyon, invitado en el marco del magnífico festival de ficción criminal Quai du Polar, y paseando esta mañana por el mercado he visto unas colmenillas fantásticas. Francia y sus mercados son espléndidos, y mientras escribo, tengo a Yves Montand cantando a 'Les feuilles mortes'.
Toda esta ruta bacaladera iba acompañada con una cerveza Inèdit, una buena idea para degustar unos tagliolini donde las colmenillas sobresalen carnosas y donde un dado de bacalao crujiente por fuera y meloso por dentro está muy bien acompañado de la salsa de calçots.
De postre, entre milhojas de mascarpone y fresas con vinagre de Módena o piña caramelizada y espuma de crema quemada, opto por el primero. Me hacen esperar, pero los postres merecen la demora.