Un urbanita necesita dos cosas: buena comida y una ferretería. En Casa Ràfols ahora solo está lo primero; pero de 1911 a 2013 fue una ferretería, con la particularidad de que su sótano ejerció de comedor clandestino durante la Guerra Civil. En 2019, se convirtió en el restaurante que el sótano soñaba.
Y ha merecido la pena; ya no hay tornillos ni llaves Allen, pero su magnífica cocina catalana, con elaboraciones cien por cien caseras y hechas desde cero, te dejan fino y bien arreglado, con platos como sardinas marinadas en casa o pulpo a la parrilla con Parmentier. Son platos sabrosos y sin juegos de manos, como unos espárragos cojonudos con verduras a la brasa, o carrillera de ternera a la brasa con puré de calabaza asada. De postres, de la crema catalana clásica al tiramisú con crocante de nueces.