Por Casa Agustí han pasado un montón de gourmets, que han disfrutado de las buenas artes culinarias de la familia Ros. En 2010, Pepe, el hermano de Natalia, cogió e Ca l'Estevet de la calle Ferlandina y lo reavivó con todo su saber hacer. Ahora hará un par de años, su madre, que se había derrengado toda la vida en Casa Agustí, dijo basta y se lo traspasó. El nuevo propietario –un antiguo cliente– tuvo el tino de seguir trabajando con Natalia, que representa el alma del local. Es exactamente eso, el oficio que encarna, la tradición que ha vivido, se nota tanto en las recomendaciones como en los silencios: es un saber estar que no se improvisa ni se aprende deprisa y corriendo. Esta solera de los años y años también es cada bocado: la fama de sus canelones es merecidísima –el gratinado fino y sabroso, la pasta en el punto, la carne bien trinchada–, el bacalao a la llauna con judías es un milagro de delicadeza y gusto, la salsa marinera de los mejillones, toda una lección de cocina.
Tienen detalles de excelencia que podrían pasar desapercibidos, como las galletas Graupera de Vidreres que acompañan el helado y la miel de Setcases del miel y requesón. El precio es ajustado a una calidad que no falla y que cuesta encontrar: ¿dónde podemos comernos, tan bien hechos, por ejemplo, clásicos como unos pies de cerdo rellenos o un filete Café de Paris?
Dejaos estar por un día de modas y modernidad que duran menos que una mosca y venid a celebrar nuestra gran cocina casera en Casa Agustí: en el corazón de la ciudad se come de maravilla.