¿Ha pasado la crisis? Parece que en Barcelona, el modelo de restaurante está cambiando: del pasillo estrecho (el primer Alkimia, Gresca y tantos otros) a los grandes espacios que proliferan por toda la ciudad. Y una novedad muy importante sustenta esta idea: acaba de abrir puertas, por fin, Bellavista del Jardín del Norte, un enorme restaurante multiespacio en Enric Granados 86-88, donde los hermanos Iglesias se han asociado con los hermanos Messi (Rodrigo y Matías, con el apoyo de Leo) para abrir un paquebote urbano de mil metros cuadrados más mil ajardinados en el interior de manzana (con césped y árboles, aunque de momento no está nada claro qué se hará, un hecho que ha traído cola con los vecinos).
La paradoja es que este gigantismo tiene, como objetivo final, la proximidad y la afabilidad; sus dos plantas están diseñadas para evocar los diferentes espacios de un pueblo: el colmado, la plaza mayor, una barbería, el bar del pueblo, la iglesia. «Todo el mundo tiene un pueblo. Y queremos que esto sea tu casa fuera de casa -donde tengas libertad de movimientos- y te dejes amar », explica Juan Carlos Iglesias.
Esta libertad de movimientos y relax, tan extraña de encontrar en comedores del tamaño de un campo de fútbol, aquí no es ninguna quimera: el espacio es muy grande pero compartimentado, lleno de detalles que hacen que bajes la guardia y te relajes, que uno lugar enorme se pliegue sobre sí mismo y no lo parezca tanto. Como por ejemplo, un rincón con un precioso tocadiscos 'vintage' en que, por las tardes, la gente puede revolver elepés y dejarlos expuestos en una estantería para que los pinchen. O una fuente estilo 'pilón' de agua filtrada. Pagas 2 € por una botella en la mesa, y tienes derecho a rellenarla sin límites. (una tarea que, claro, los niños se afanan por hacer)
En el Colmado, en la entrada, se preparan los desayunos, las meriendas, y hay un expositor con la bollería y pastelería del día. También es el espacio para hacer el aperitivo. Justo al lado, está la 'barbería', donde Iglesias pronostica que contratán a un limpiabotas a media jornada para quien quiera sentarse en la silla de barbero.
El bar del pueblo -con una parte tematizada a modo de futbolín gigante– es el espacio de distensión; por la tarde se pueden pinchar discos, jugar con juegos de mesa o quemar 'joystick' a base de partidas en dos majestuosas máquinas de videojuegos ochenteras, que tienen 700 clásicos para elegir (y donde el 'insert coin' es la voluntad, que va destinada a la fundación Ivan Mañero ).
La barra de bar está recubierta por una estructura en forma de iglesia, de donde cuelga una campana que es una réplica de la de San Pedro del Vaticano, y los bancos de madera evocan los de los feligreses. Y la plaza del pueblo es el comedor grande, con incluso una zona para matronas cotillas (también se puede curiosear desde los 'balcones', reservados con todas las comodidades. Están disponibles para un máximo de diez personas, a partir de un gasto mínima de 500 €: incluyen un camarero, televisión gigante, Play 4, Wi-fi, Nextflix y parking gratis y directo. Fútbol, consola, series y priva, el sueño de cualquier 'heterazo' moderno que se precie).
¿Y la comida? La carta es provisional, y en septiembre se rehará bajo la forma de una revista gastronómica donde cada apartado sea una sección. Juan Carlos Iglesias no suelta ningún discurso bombástico o alambinado: «Este no es un lugar para comer raro, sino para venir muchas veces. Gastronómicamente invertebrado. Son muchas cosas buenas juntas y ya está ». Este invertebramiento, a diferencia del de España, juega a favor de todos; los Iglesias han optado por la fórmula en teoría infalible de mezclar diferentes aspectos de los restaurante de la casa (marisco, México, tapas ...) y ofrecerles de forma transversal, «un cruce de caminos gastronómico», como dice Iglesias. Ever Cubilla (Espai Kru) y Rafa Morales son los chefs ejecutivos, y la responsabilidad diaria recae en Mónica Morales.
Y por lo que he probado, esto será un festival de disfrute de gama alta –un concepto no tan diferente de Tickets– pero a precios mucho más contenidos, con un gasto medio de 35-40 €. Arroces, tapas, salazones y 'krudités' del mejor marisco con un ánimo creativo: en este apartado, la tartaleta (más bien un milhojas) con aguacate y buey de mar es excelente, y la ostra con cerezas es de traca y pañuelo. Más si va precedida por una brutal gilda de tamaño XXL y textura gelatinosa total. El apartado para carnívoros os pondrá los colmillos largos: no os perdáis las alitas de pollo deshuesadas y glaseadas con soja, todo piel y grasa 'umami', una golosina para adultos. O la pluma (sabrosa parte de la espalda del cerdo) de ibérico joselito: si estáis harto de tantos entrecots normalitos que corren por el mundo, esto es un chute de sabor. El guiño a Messi es una escalopa milanesa a caballo (con huevo frito encima) muy particular, y la vertiente arrocera de la casa está presente en un impecable arroz del señorito, de marisco y bien extendido, con el grano seco en el punto justo, pero también suelto y meloso.
Por cierto, una curiosidad de lo más friki: el nombre del local, que a la vez lo conceptualiza, es azar puro. El inmueble era una sede del gigante publicitario DDB (ahora en las torres Mapfre) y cuando entraron en el patio interior, lo primero que vieron los Iglesias fue un cartelito colgado en una columna que decía 'Bellavista del Jardín del Norte'. Estaba allí porqué las diferentes secciones de la empresa hacían competiciones en el patio estilo «Grand Prix» (caspa máxima de TVE) y colgaban cartelitos con el nombre de cada equipo. O sea que, según cómo, esto se podría haber llamado el 'Valle de los Informáticos'.
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