No hace muchos años, el Betlem era un colmado. Situado en la misma esquina donde detuvieron a Salvador Puig Antich en 1973, el Betlem ayudó a educar los paladares de los vecinos del Eixample post olímpico, con una variedad de productos que evidenciaban que había vida gustativa fuera de los grandes supermercados o de las pequeñas tiendas ancladas en el tiempo.
Con una clientela tan bien acostumbrada, Víctor Ferrer, cocinero educado en grandes cocinas, tomó una decisión lógica y dio seis pasos hacia adelante: cerrar el colmado para convertirlo en un bar de tapas y degustaciones llamado Betlem Miscel·lània Gastronòmica.
Durante una época, Barcelona era un lugar donde las tapas tenían la textura del alquitrán, pero el Betlem es un buen ejemplo de la lenta y exquisita transformación que está sucediendo en Can pixapins. Lo que se encuentra en Madrid, saber tirar la cerveza y que la espuma mantenga la esponjosidad de unos labios carnosos, se encuentra también en el Betlem. Un milagro.
La oferta es muy amplia y el cliente estará contento. Esta frase me recuerda una canción de Guillermina Mota, pero no exagero. Yo me decidió por un tartar de salmón, unas croquetas de jamón, una papada crujiente y un crumble de zanahoria con espuma de coco. Una espuma, puestos otra vez a ponernos nostálgicos, que me recordaba aquella espuma de lo días inventada por Boris Vian. Para calmar la sed pedí una caña de cerveza Moritz, y para acompañar el crujiente, acepté la sugerencia: una copa de Abadengo, de Bodegas Ribera de Pelazas.
Habrá clientes que preferirán ser receptivos a la oferta de bocadillos fríos, o quizá se decantarán por la calidez de un bocadillo de secreto de cerdo ibérico o de lomo con foie gras. O quizá habrá otros que preferirán unas bravas o una carrilleras de ternera guisadas. Yo, amante de los callos desde que abandoné algunos tabúes infantiles, volveré al Betlem por los callos con garbanzos.
Algunos literatos decían que uno tiene que beber para olvidar. En este siglo sin piedad, un mojito o un buen gin-tonic del Betlem puede hacer las delicias de los escépticos o de los pesimistas que buscan en la noche una respuesta a sus dolores de cabeza. A veces, la vida te da sorpresas, y el Betlem es una.