Esta bodega centenaria, que lleva el nombre del propietario que la tomó en 1966, Josep Maria Gol, vive una etapa de esplendor gastronómico: en 2024 esquivó el cierre –o la degeneración en forma de cafetería-panadería, o cafetería de especialidad– cuando la asumieron Sergi Fernández y Edu Jarque. Que tuvieron el buen criterio de poner al frente a una pareja de buenos cocineros: Roger Soler, leridano con mili en el Colmado Wilmot, y Rodrigo Castillo, peruano formado en la Hofmann y ferviente defensor de la cocina catalana.
No esperéis toques de modernidad ni ceviches de autor: estamos en el terreno de la bodega de sofrito y ración de la tierra, con el toque aligerante del cocinero moderno y formado, que refresca platos que tenemos presentes desde la infancia, como unos buenísimos calamares con cebolla. Si acaso, hay menciones a la cocina telúrica más escondida: debe de ser de los pocos locales de Barcelona donde te servirán una girella rebozada –embutido de corazón, tripa y pulmones de cordero, ¡el haggis catalán! Los caracoles fritos, minimalistas, tienen merecida fama y un sabor rotundo. Los fideos a la cazuela, con punta de costilla y alcachofas cuando es temporada, o un capipota de tiralíneas, son otras especialidades muy demandadas. Esta alineación con el espíritu popular se corresponde con un ticket asequible. Y todas estas virtudes también se extienden a los desayunos de tenedor, claro.