¿Un restaurante gallego que se llama A Garrotxa? "En Galicia, una 'garrocha' es la raíz gruesa de un matorral llamado 'uz', que se utilizaba para hacer carbón, una materia prima fundamental", me explica Jesús Pérez (sala), copropietario de A Garrotxa (Avenida de Río de Janeiro, 135) junto a su pareja, Manoli Rodríguez (cocina), que lo regentan desde 1990. "El primer propietario escribió el nombre de 'garrocha' mal y así se quedó el cartel", ríe Rodríguez, frente a este nombre híbrido entre la Catalunya y la Galicia profundas.
No es que A Garrotxa sea un secreto para los vecinos, sino para los foráneos de Nou Barris. Estamos en uno de esos restaurantes descentralizados con una relación calidad-precio extraordinaria, y que exista tan lejos (pero tan cerca) de la gentrificación de las bravas de diseño y los tártaros de aguacate y salmón enfatiza su valor.
Pido espárragos a la brasa con romesco (práctica de riesgo, a menudo castigada con una mierda aceitosa y escueta en los menús de mediodía). Aquí es, nada menos, que un plato de espárragos con sabor a brasa porque los han hecho a la brasa –el horno de leña te mira mientras pagas en caja– y con un romesco fiable. De segundo, unas croquetas de bacalao enormes y sustanciosas, hechas de la casa, con equilibrada proporción de cremosidad y bacalao, y que van acompañadas de verdura escalivada y esas patatas tan buenas que solo saben hacer los gallegos.
De carta, especialidades telúricas son la 'sartén de zorza' –dados de cerdo encurtidos y macerados con patatas– o el botillo, embutido emblema del Bierzo: intestino de cerdo relleno de chuleta adobada de cerdo y asado, con patatas. Por algo más de 20 euros esto es un festival de alta intensidad.